EL DEBATE EUGENESICO EN EL CARIBE COLOMBIANO.
- Marcela Jaimes
- 26 ene 2016
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El debate eugenésico sobre el progreso y el declive de la nación en Colombia, en el cual el Caribe figuró con prominencia, tuvo lugar durante el despertar de los dramáticos desordenes políticos y del cambio social de principios de siglo. Después de la desastrosa Guerra de los Mil Días, la subsiguiente pérdida de Panamá y los resultantes desajustes económicos y malestares sociales, los líderes políticos e intelectuales colombianos se propusieron reconceptualizar las fronteras físicas de la Nación y repensar los límites internos de la cultura colombiana. Varias veces identificaron una fragmentación social ligada a lo racial como causa y efecto del desorden interno, pero las soluciones que propusieron venían casi siempre en un lenguaje con fuertes tonos morales.
Aun cuando la situación económica de Colombia mejoró después de la Primera Guerra Mundial, las dinámicas simultáneas producto de enfermedades contagiosas, desigualdades sociales y demandas del mercado externo crearon preocupaciones entre las elites comerciales y políticas nacionales (Uribe Célis, 1991, pp. 41, 58). Las motivaciones de algunos reformistas provenían de su compasión ante el sufrimiento que producían la pobreza y la enfermedad; sin embargo, muchos colombianos de la elite hicieron uso del lenguaje de la eugenesia para articular sus preocupaciones sobre los supuestos desórdenes que venían con el cambio social acelerado. Al vincular las ideas de contaminación racial, decaimiento moral y enfermedad, la eugenesia pretendía exponer los problemas de la falta de orden entre los cuerpos y dentro de las regiones, a la vez que ofrecía soluciones a esos mismos problemas (Vallejo, 2005, pp. 236-237).
En respuesta a las teorías del declive nacional, inspiradas en la eugenesia, los líderes políticos colombianos se volcaron hacia la higiene como una solución esencial. Los agentes del estado y los reformistas locales se plantearon el reto de combatir la enfermedad y promover la salud moral y física. Al acoger una serie de prácticas basadas en un lenguaje moralista, que incluían la educación social, la purificación social y el control social, el movimiento a favor de la higiene convirtió la lucha contra la degeneración racial en un deber patriótico. Estos proyectos también reprodujeron muchas de las contradicciones políticas y raciales reinantes, que conformaban la vida de Colombia tras la Guerra de los Mil Días. Aunque el debate eugenésico se basaba en un lenguaje explícitamente racializado, esto no fue siempre así para el caso de las políticas higiénicas derivadas del llamado a mejorar la raza. Los programas neo-lamarckianos de educación sobre la salud por lo general promovían la civilización y moralización de las masas empobrecidas y analfabetas, con el fin de asimilarles en la sociedad; sin embargo, el ímpetu detrás de los métodos usados en esos programas casi siempre reforzaba las mismas diferencias culturales que se veían como impedimentos a la unidad
nacional.
Al plantear una equivalencia entre los negros y los indios incivilizados, Laureano Gómez, por un lado, fortalecía la justificación a poner la costa Caribe bajo la tutela de quienes venían de fuera; y, por otro, construía una imagen de la región como distinta e inferior, y como una periferia potencialmente peligrosa; todo en nombre de llevar a los costeños al centro de una nación homogénea.
Al imaginar las diferencias regionales en términos raciales –al decir que la gente negra de clase baja en el Caribe debía recibir una rectificación moral- los científicos sociales, los empleados públicos y los defensores de la higiene reprodujeron distinciones que, se suponía, buscaban superar (Chalhoub, 1993, pp. 441-463).
Estudiar el desarrollo de la higiene en la región Caribe exige repensar la historia de la medicina en el siglo XX colombiano. La creación de regímenes de salud en Colombia por lo general se ha visto como resultado de la vinculación del país con una comunidad internacional y, en particular, con los mercados mundiales. Gloria León Gómez, Diana Obregón, Álvaro León Casas Orrego y Christopher Abel, por ejemplo, dicen que las elites nacionales instituyeron nuevos protocolos de higiene a comienzos del siglo XX para probar que Colombia se podía ajustar a los estándares de salud de Estados Unidos y de Europa (León Gómez, 1997,
p.121; Obregón, 1996, p. 174; León Casas, 1996, pp. 93, 100; Abel, 1995, p. 346).
Aunque eliminar la enfermedad de los puertos, ríos y de otras zonas comerciales reflejaba el deseo de adherirse a las regulaciones internacionales, esta historiografía no ha examinado las dinámicas raciales y regionales dentro de las cuales los colombianos emprendieron estos esfuerzos. Por ejemplo, el interés de la elite por la costa Caribe se centró en su posición como la salida del país al mundo –y como la primera imagen que éste veía de la nación colombiana-. En las mentes de los líderes colombianos, los puertos comerciales de la región Caribe y su proximidad con el canal de Panamá aumentaban su vulnerabilidad particular a la contaminación tanto biológica como cultural. Claro está que los empleados públicos también promovieron programas de higiene en otras regiones del país.
Sin embargo, las elites nacionales veían la posición geográfica y política de la costa Caribe como una periferia que, como ha planteado Margarita Serje para otras “fronteras internas” colombianas, requería de un gobierno especial impuesto desde fuera por el Estado central (Serje, 2005, p.4)5. La búsqueda por ajustarse a estándares de salud internacionales se caracterizó por la conformación de programas de salud cargados con moralidad, a partir de los principios de ciencia racial de la eugenesia.
La historia conjunta de la eugenesia y la higiene en Colombia también requiere que se revise la típica imagen de la construcción de la ciudadanía y del Estado como fenómenos lineales que crean progresivamente Estados-naciones unificados e incluyentes.
Es cierto que los programas nacionales sanitarios y de salud que se instituyeron a partir de 1900, populares entre los legisladores conservadores y también liberales, sirvieron como un componente central de la ciudadanía promovida por el Estado. Sin embargo, en vez de crear una sociedad nacional más homogénea, los impulsos moralistas y raciales detrás de estos proyectos reprodujeron las mismas fisuras sociales que se suponía buscaban erradicar (Shah, 2001). Tal resultado no fue único al caso colombiano. Como muestran Julie Skurski para Venezuela y Claudio Lomnitz para México, la pertenencia nacional pudo articularse de manera fácil a través de jerarquías raciales, regionales y de género (Skurski, 1994, pp. 605-642; Lomnitz, 2001, pp. 329-359). En Colombia, los trabajadores negros de la costa Caribe llevaron gran parte del peso de crear una nación moderna de ciudadanos física y moralmente aptos; un esfuerzo que muchas veces se basó en interferencia externa, paternalismo social y una asumida superioridad cultural (Steiner, 2000, pp. xiv-xv, 66-82).
La ciudadanía, en su contenido y en su práctica, era un terreno fragmentado donde los grupos dominantes y los subordinados definían los términos inestables de la inclusión. La introducción de tonos morales a los proyectos de unificación nacional del Estado reveló cómo, más que ser una categoría social clara, la constitución de la ciudadanía estaba en constante proceso de negociación (Chatterjee, 1993, p. 29; Duara, 1995, p. 10; Wade, 2000, pp. 3-7)
ARTICULO DE INTERES: http://www.elespectador.com/columna116446-de-cartagena-choco-violencia-del-racismo
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